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Las armas nucleares siquiera son eficaces para mantener una paz negativa, pues no ha dejado de haber guerras
Sociedad - Movimientos Sociales04/02/2023RedacciónPressenza - Madrid
Hoy seguimos reflexionando, a través de unas sencillas preguntas, en los enunciados expuestos en Desobediencia civil a las armas nucleares, un largo camino
Por Ovidio Bustillo García, Enrique Quintanilla Alboreca y Eva Aneiros (Desarma Madrid)
Depende de para qué. Está demostrado que son muy eficaces para matar y para destruir. Tan eficaces que el neoliberalismo, aliado con la inteligencia militar, está buscando un diseño de arma nuclear que destruya solo la vida para no desperdiciar los recursos materiales del enemigo (esto aun no se ha conseguido, y por tanto, ni siquiera desde un punto de vista capitalista son una buena alternativa militar). Desde el punto de vista de la seguridad ciudadana, la población civil está totalmente indefensa ante un ataque nuclear, por lo que podemos afirmar con total rotundidad que las armas nucleares no son eficaces para defender a la población. En caso de un ataque nuclear generalizado, solo una pequeña élite de gobernantes, militares y multimillonarios con refugio atómico podrían sobrevivir al primer impacto, aunque es muy dudoso que pudieran hacerlo a medio plazo en las condiciones en que quedaría el planeta. Incluso habría que preguntarse si merecería la pena sobrevivir.
Las armas nucleares siquiera son eficaces para mantener una paz negativa, pues no ha dejado de haber guerras desde que las cabezas nucleares existen
No es ni siquiera pertinente preguntarnos si las armas nucleares son capaces de defender el territorio, pues ante un territorio devastado y sin vida entraríamos ya en el terreno de lo surrealista, de lo macabro, pues una buena disuasión nuclear lo único que garantiza es la destrucción mutua. Ni siquiera son eficaces para mantener una paz negativa, una paz concebida como ausencia de guerra, pues no ha dejado de haber guerras desde que las cabezas nucleares existen, ni las potencias nucleares de tomar posiciones y exhibir amenazas. Mucho menos sirven para una paz positiva, para vivir en situación de mayor justicia y mejor seguridad humana, pues solo los costes de mantenimiento y modernización de los arsenales nucleares por el hecho de existir detraen grandes recursos necesarios para mejorar la calidad de vida de las personas de las propias potencias nucleares.
Lo cierto es que a lo largo de la Historia se han justificado las guerras y sus crímenes con los más peregrinos y hasta nobles argumentos: la gloria, la civilización, la patria, los Santos Lugares, la lucha contra el infiel, la cristianización, el honor, la revolución, la independencia, la desnazificación, la democracia y un largo etcétera. Ni una sola sincera y valiente declaración de guerra ha dicho: “hacemos la guerra para robar”, como denuncia Galeano y nos muestra la experiencia. Ciertamente, el uso de la violencia resulta en principio repulsivo, por lo que es necesario, primero, un ejercicio de normalización de la misma dentro de la cultura. Hasta hace bien poco eran comunes expresiones en el mundo educativo como “la letra con sangre entra” o “quien bien te quiere te hará llorar”. En cualquier pelea de patio de colegio lo primero que se esgrime es una excusa para llegar a las manos y la disputa de quién empezó primero, porque una violencia gratuita no es bien vista. Entre los teóricos del uso de la violencia, una matización común en moralistas y otras autoridades es que el uso de la violencia debe ser proporcionado. Así defendió el ministro de Interior español Grande-Marlaska la mortal intervención policial en la valla de Melilla y con el mismo argumento se justifican intervenciones abiertamente desproporcionadas de la policía. También se justifica el uso de la violencia cuando evita un mal mayor, reconociendo así que la violencia siempre provoca un mal que, supuestamente, lo evita.
Con la guerra pasa lo mismo. Es necesario primero crear una cultura de la guerra y a ello contribuyen expresiones como “siempre ha habido guerras” o “si quieres la paz, prepara la guerra”, además de desfiles, maniobras militares, monumentos, historias y leyendas que impregnan nuestra cultura. Posteriormente es necesaria la creación del enemigo, con una capacidad de maldad que justifique toda la violencia utilizada y todos los sacrificios a los que tendrá que hacer frente la población y que siempre pasa por la deshumanización del otro. Concretando, en el uso de armas nucleares, sería una discusión baladí ‒si es que alguien pudiera tenerla después de una guerra nuclear‒, quién empezó primero, pues el daño estaría hecho y sin posibilidad de reparación. Es difícil encontrar una justificación a la guerra nuclear, pues solo alguna mente enferma y militarizada podría justificarla en valores abstractos como el honor, la patria o la civilización. El mal de una guerra nuclear sería siempre muy superior al propio mal que quisiera evitar, por lo que, con toda rotundidad, podríamos decir que NO es una herramienta legítima. La muerte asegurada de millones de inocentes civiles no puede tener ninguna justificación moral.
La primera razón es por nuesta pertenencia a la OTAN. Formar parte de una alianza militar con vocación de dominar el mundo nos ha hecho encontrar enemigos que nunca tuvimos y participar en vergonzosas agresiones militares como la guerra de Irak, la de Afganistán o Libia. El bipartidismo español se ha mostrado casi siempre sumiso y obediente a los dictados de los EE.UU., incluso con voluntad de ser alumno aventajado en la militarización de territorios y conflictos. No se entiende de otra manera la participación española desde Felipe González en más de cien “misiones de paz”, que así se les denomina ahora a las políticas militares de dominio, control y apropiación. Esta pertenencia a la OTAN nos impide hacer, realmente, políticas de paz, de distensión, de mediación y de justicia, aumentando escandalosamente el gasto militar.
El mal de una guerra nuclear sería siempre muy superior al propio mal que quisiera evitar
Los Presupuestos Generales de 2023 han sido los más militaristas de la historia, superando el 2% que pide la OTAN y engañando a la población sobre la verdadera naturaleza de los conflictos. El Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares, TPAN, establece que “en ningún caso los países pueden desarrollar, ensayar, producir, fabricar, transferir, poseer, almacenar, utilizar o amenazar con utilizar armas nucleares o permitir el estacionamiento de dichas armas en su territorio”. Es razonable preguntarse si la existencia de bases americanas en territorio español no es otro obstáculo para la firma del Tratado, pues el amigo americano no vería con buenos ojos no poder estacionar o almacenar armas en sus bases. Una tercera y no menos importante razón para no firmar el TPAN es la existencia en España de un poderoso complejo político-militar-industrial, con toda una red de intereses, puertas giratorias y alianzas, capaz de condicionar la política, sobre todo la de seguridad. No podemos olvidar que España está entre los diez principales países exportadores de armamento del mundo, vendiendo armas a países que actualmente están en guerra, como Arabia Saudí, y donde se celebran importantes ferias de armamento como FEINDEF. A los “Señores de la Guerra” no les interesa reducir los márgenes de maniobra, aun cuando se ponga en riesgo a la propia humanidad. Hemos de preguntarnos si los intereses de la inmensa mayoría de los españoles coinciden con los intereses de estos Señores o es hora de ponerse en pie por nuestra propia seguridad y decencia.
No solo es posible, sino totalmente necesario. Podemos afirmar que ya están prohibidas por Naciones Unidas al entrar el vigor el TPAN ahora hace dos años. Lejos de evitar la guerra, las armas nucleares forman parte de los conflictos bélicos. No son pocos los analistas que, entre otras razones, ven en la posibilidad de que la OTAN instalara una base militar en Ucrania cerca de la frontera rusa, uno de los desencadenantes de la guerra. Los modernos misiles serían capaces, en pocos minutos, de atacar importantes ciudades rusas sin tiempo de reacción. Esta infernal dinámica de desconfianza unida a determinados axiomas militares como “el que da primero da dos veces” o “la mejor defensa es el ataque” nos hacen vivir en una constante tensión y hace que la población seamos rehenes de delirios militares, como ha sucedido a lo largo de la historia.
¿Los intereses de la inmensa mayoría de los españoles coinciden con los intereses de los Señores de la Guerra?
Hemos delegado en una élite militar alejada de la realidad nuestra seguridad y nos encontramos al borde del abismo. Es hora de retomar el control de nuestra propia seguridad y decidir qué queremos defender, de quién y cómo, civilizando la defensa. Necesitamos desarmar la defensa para dar paso a la desmilitarización, pues es, en último término la lógica militar patriarcal la que nos lleva a la catástrofe.
Ya decíamos en el anterior artículo: “Ahora, lo que toca es trabajar junto a otras organizaciones pacifistas, antimilitaristas, ecologistas, feministas y antirracistas en exigir la firma del TPAN”.
Es hora de retomar el control de nuestra propia seguridad y decidir qué queremos defender, de quién y cómo
A través de la Campaña “10 Razones Firma TPAN” durante el 2022 más de 20 organizaciones estuvimos difundiendo y haciendo incidencia política para concienciar y exigir que España firme este Tratado. Un ejemplo significativo ha sido que el 19 de enero el Ayuntamiento de Burgos ha aprobado una propuesta para abolir las armas nucleares y pedir la firma del TPAN, con los votos a favor del PSOE, Cs y Podemos, la abstención del PP y el voto negativo de VOX.
En 2023 volvemos, ya constituidos en la “Alianza por el Desarme Nuclear”, con más ganas y más fuerzas hasta conseguirlo. Necesitamos que más organizaciones se unan a la Campaña, pero fundamentalmente necesitamos que más personas se lo exijan a los partidos políticos. Las próximas elecciones son un buen momento para que una de sus propuestas sea la firma del TPAN.
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