¿Crees que se puede superar el pasado?
El éxtasis
La oscuridad que habitaba en cada rincón de este cuarto ahora es una arrolladora explosión de luces celestiales, de centellas y miríadas de astros a cual más luminoso. Cerramos los ojos pero aún así nos miramos. Nos miramos a los ojos con los párpados cerrados cuando el éxtasis de un instante perfecto nos anega ji como las corrientes del mar. Ahora que ya no queda ni el más mínimo atisbo de tinieblas, él duerme o se marcha, y yo me quedo a solas en esa potente luz. Y así, me transformo otra vez. Con mis alas desplegadas convertida en un poderoso ángel viajero abandono esta habitación en la cual tan solo hace unos minutos él y yo éramos una figura unida en carne y alma, su voz susurrando mi nombre con ganas, mientras sus dedos se deslizaban por la suave curva de mi espalda, hacia mis caderas.
Sobrevolando las ásperas costas de las Shetland, allá en Escocia, acompañada a trechos por bandadas de estorninos, charranes o cisnes, siento el aire del océano que me acuna y me lleva aún más lejos. Mucho más lejos, si, veo que tengo bajo mis alas, en los Andes Amazónicos, las ruinas de Kuelap, la vieja fortaleza de los indios Chachapoyas, (la gente de las nubes), cubiertas de selva y henchidas de humedad. Y no quiero volver todavía , quiero volar un poco más y así recorro en un momento la brumosa Costa de los Esqueletos en el desierto del Namib, donde como buenos vecinos conviven en sus frías playas focas y pelícanos, hasta que aparece merodeando una hiena hambrienta . Y más lejos todavía, planeo tan feliz sobre las lobelias gigantes a los pies del lago Victoria en Uganda, el maravilloso Ruwenzori o Montañas de la luna. Y acercándose la hora de regresar me dejo empapar por los monzones en Cachemira y Lahore donde la gente vive sobre el agua como seres mitológicos, mitad hombres mitad oleaje. ¡Y qué belleza ahora volar a ras de suelo sobre la nieve recién caída en la Sierra de la Demanda en Burgos, antes de volver a casa!.
El tormento.
Y cuando todo ha terminado y guardo mis alas en el armario, miro por la ventana azul que se abre al mundo. Y ahora veo escombros y alambradas donde antes correteaban niños y perros. Dónde antes, hace un instante, la gente iba y venía con sus bolsas, su barra de pan, sus abrigos y unas gafas de sol, ahora hay humo y sombras. Los peldaños de la escalera que sube hasta el cielo están rotos, y gimen tristemente otros ángeles que también guardaron sus alas en el armario. A la noche él llega aparcando su coche junto a un árbol de otro mundo y me llama. Y de nuevo soy ángel y soy mujer, todo a la vez. Soy un ángel/mujer bello y grandioso de fuerza aterradora que él no teme, y que busca y extraña más que a nada en el mundo. Y con él se desvanecen las calles despedazadas y las púas en los caminos.
Entonces, como un amante nuevo y desconocido, él aparta el pelo de mi rostro, limpia las plumas de mis alas de polvo y de arena, acoge mis hombros con sus brazos, me hace suya envueltos ambos en un rumor casi imperceptible de sábanas y de labios, y al final del día él sale solo a la nieve. Un zorro enorme sigue sus pasos, mientras silenciosamente comienzan a caer copos, como plumas frías, sobre árboles y tejados, sobre un camino y un torrente. Torrente que vi desde los cielos planeando sobre el viento de esa tarde.
Ahora ya todo vuelve de nuevo a ser como era antes: cada mueble, cada libro, el jarrón con rosas blancas, la botella con vino rojo, la chimenea de piedra, y la música que él escucha cuando yo no estoy. Y desde la blancura plateada del invierno, me llama otra vez. Y mi nombre se funde con la escarcha y cae en perlas sobre el empañado cristal de la ventana.
Ada García, enero de 2023
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