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Érase una vez… Tarantino y la utopía de la realidad
Estos hechos sirven de marco para la novena cinta de Tarantino, que, paradójicamente, en obras pasadas como Kill Bill Vol.1 (2003) & Vol.2 (2004) o Inglourious Basterds (2009), ha demostrado cierta tendencia a emular el cine de explotación y la violencia coreografiada
Cultura - Cine29/01/2020 Norge R. Medina Guerrero“Los aficionados no sobreviven”, dice, en cierto fragmento de Once upon a time in Hollywood, el personaje de Rick Dalton a Cliff Booth. Este será un leitmotiv recurrente en esta nueva película de Quentin Tarantino, quien profundiza en un periodo convulso de Hollywood y los Estados Unidos. En una época donde los viejos estudios cambiaban su manera de realizar cine, el fenómeno hippie estaba en su cúspide, los ecos de los homicidios de Kennedy, Martin Luther King y la guerra de Vietnam habían dejado una profunda huella en la sociedad, toda una generación perdió su último resquicio de inocencia con los sucesos del 9 de agosto de 1969. En esa madrugada, seguidores de Charles Manson, allanaron el hogar de la actriz Sharon Tate, asesinándola a ella y tres amigos de la familia.
Estos hechos sirven de marco para la novena cinta de Tarantino, que, paradójicamente, en obras pasadas como Kill Bill Vol.1 (2003) & Vol.2 (2004) o Inglourious Basterds (2009), ha demostrado cierta tendencia a emular el cine de explotación y la violencia coreografiada, mientras nos ofrece con Once… el que es, quizás, su trabajo más íntimo y comedido.
El argumento está centrado en el personaje desarrollado por Leonardo DiCaprio (Rick Dalton), una antigua estrella de televisión venida a menos que lucha por recuperar su estatus anterior, mientras cuenta con el apoyo de su amigo, y doble de acción, Cliff Booth, interpretado por un Brad Pitt en estado de gracia, que luego de arrasar en los Golden Globes, Critics Choice Awards y SAG Awards tiene todas las papeletas para alzarse con el Oscar. Cierra el eje principal de actores Margot Robbie, como la mítica Sharon Tate.
Con sustento en una mezcla de ficción y realidad, Quentin firma un guion cuando menos singular: el ritmo de la narración es lento, situación inesperadísima con tal realizador al frente. ¿Quiere ello decir que la película se puede tornar aburrida para el espectador? La respuesta es un rotundo no.
Su constante movimiento entre los géneros y arquetipos, como el thriller, la comedia, acción, gore y western, mantiene despierta la atención del que la ve. Pero sobre todo es una buddy movie que sirve para el lucimiento de la mancuerna formada por DiCaprio-Pitt. La química desarrollada entre los dos es innegable y se ve reflejada en la gran pantalla.
Filmada en 35 mm, con la fotografía de Robert Richardson, la película apuesta por cierto glamour y añoranza por el pasado: luces de neón en las marquesinas de las calles y un tono dorado, al tiempo que aprovecha los exteriores y la luminosidad natural como en la secuencia de la visita al rancho Spahn. Siempre se cuida que los personajes principales estén bajo una luz suave, nítida; sobre todo a Sharon Tate.
Como ya es habitual, Tarantino opera las cámaras con movimientos y encuadres deliciosamente estudiados, con grandes planos secuencias y paneo, como cuando filma a Robbie (Tate), mientras camina por una avenida de Los Ángeles. Aunque rodada principalmente en formato anamórfico, no por ello el realizador renuncia a sus habituales zooms, lo que añade cierto elemento de ruptura.
En esta cinta su director estructura tres niveles de una misma ciudad, viva y compleja. Dalton, es el viejo Hollywood que lucha por recobrar la gloria pasada, por ser relevante en un mundo cambiante que lo condena al ostracismo. Alcohólico, de un temperamento voluble e inseguro, debe afrontar un panorama donde las antiguas reglas del juego ya no existen.
Booth es el doble de acción que no ha logrado nada: vive a la sombra del éxito de su amigo, no es casualidad que su hogar sea atrás de un autocine, un simbolismo indudable. En cuanto al personaje de Sharon Tate, pareciera que se ha buscado construir más una idea, una evocación, que una persona real. Todo en el papel de Margot Robbie apunta a una cierta ternura, ingenuidad, la promesa de lo nuevo, pese a la ominosa sombra de Mason y sus seguidores acechando.
Hay mucho, muchísimo de homenaje en Once…, como cuando Sharon Tate (Robbie) entra a la librería a adquirir un ejemplar de Tess d´Urberville para su esposo Roman Polanski: una década después sería adaptada al cine por el propio director polaco. El fetiche de Tarantino por el western, que ya se vio reflejado en Django Unchained (2012) y The Hateful Eight (2105), se plasma esta vez con el western spaghetti desde el mismo título (una clara alusión a la trilogía América de Sergio Leone), y la serie ambientada en el viejo oeste por la que adquirió fama Rick Dalton.
Los guiños de un cinéfilo empedernido como Tarantino a películas y series de televisión están por doquier: desde Rosemary´s Baby, Valley of Dolls, The Man From UNCLE, The Great Escape hasta un genial Al Pacino, que en su papel del productor Martin Schwarz se mofa del famoso "Pow!", de la serie de Batman (1966-1968). Actores emblemáticos, como Steve McQueen (Damian Lewis) y Bruce Lee (Mike Moh), se entremezclan en la pantalla con ubicaciones reales como la Mansión Playboy, el Teatro Vine o el cine Bruin, donde Tate observa la cinta que estelariza. Todo acompañado por una banda sonora llena de hits icónicos al nivel de Hush de Deep Purple, California Dreamin de The Mamas and the Papas o Mrs Robinson de Simon & Garfunkel.
Esta es una cinta de nostalgia, donde cada calle, acera o locación remite inexorablemente a fines de los años sesenta. Cada fotograma transpira dicha intención. Quentin no rehuye el riesgo de matizar/reescribir mediante la ficción aquellos trágicos sucesos de agosto de 1969, no evita la alusión a la decadencia de las viejas formas de hacer cine, ni parece particularmente preocupado por ello. Es, como dice el parlamento de Rick Dalton, cuestión de sobrevivir, no ser un aficionado, y en estas lides cinematográficas, Tarantino, es todo un maestro.